jueves, 29 de enero de 2015

Actividades 6, 7, 8 y 9

Actividad 6

Buscad en los cuentos que ya habéis leído ejemplos de estos diferentes modos de narrar las palabras de los personajes
a) Un joven jardinero persa le dijó a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche quisiera estar en Ispahan.
 


b) -Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín. Y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.

c)  -No, no tengo miedo. 
-¿Y si levantaras a alguien que te atraca? 
-No tengo miedo. 
-¿Y si te matan? 
-No tengo miedo.(la muerte)



d)  —No fue un gesto de amenaza — le respondí — sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispaham esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan.

Actividad 7

Buscad en los cuentos que ya habéis leído ejemplos de estos diferentes modos de narrar las palabras de los personajes
Busca en el fragmento siguiente de Alicia en el País de las Maravillas los verbos que sirvan para introducir las palabras de los personajes. Observa si van acompañados de algún adverbio:

La mesa estaba puesta delante de la casa, bajo de un árbol, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Entre ellos había un Lirón, profundamente dormido, sobre el cual apoyaban los codos, a modo de cojín, y hablaban por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón» –pensó Alicia– claro que, como está dormido, probablemente ni se entera.»
Aunque la mesa era grande, los tres se apretujaban en uno de los extremos.
―¡No hay sitio! ¡No hay sitio! —, gritaron al ver llegar a Alicia.
―¡Hay sitio de sobra! — dijo indignada Alicia, y se sentó en un gran sillón, en un extremo de la mesa.
—Sírvete algo de vino —ofreció la Liebre de Marzo.
Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té.
—No veo ningún vino —dijo. 
—No lo hay —admitió la Liebre de Marzo. 
—Pues entonces, tal ofrecimiento es una descortesía de su parte —dijo indignada Alicia.
—También lo es de tu parte sentarte sin ser invitada —replicó la Liebre de Marzo.
—No sabía que la mesa era de su propiedad —respondió Alicia—: está servida para más de tres personas.
—Tú necesitas un buen corte de pelo —indicó el Sombrerero. Había estado examinando a Alicia con mucha curiosidad, y ésta fue su primera intervención.
—Y usted debería aprender a no hacer comentarios personales —dijo Alicia con severidad—: resulta muy grosero.
El Sombrerero, al oír esto, abrió de par en par los ojos, pero se limitó a preguntar:
—¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?

Actividad 8 

El otro yo
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le (formar) formaban rodilleras, (leer) leía historietas, (hacer) hacía ruido cuando comía, (meterse) se metía los dedos a la nariz, (roncar) roncaba en la siesta, (llamarse) Se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: (tener) tenía Otro Yo.
El Otro Yo (usar) usaba cierta poesía en la mirada, (enamorarse) se enamoraba de las actrices, (mentir) mentía cautelosamente, (emocionarse) se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le (preocupar) preocupaba mucho su Otro Yo y le (hacer) hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no (poder) podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando (llegar) llegó cansado del trabajo, (quitarse) se quitó los zapatos, (mover) movió lentamente los dedos de los pies y (encender) encendió la radio. En la radio (estar) estaba Mozart, pero el muchacho (dormirse) se durmió. Cuando (despertar) despertó, el Otro Yo (llorar) lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después (rehacerse) se rehizo e (insultar) insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no (decir) decía nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida (pensar) pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo (reconfortar) reconfortaba.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando (salir) salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos (ver) vio que (acercarse) se acercaban sus amigos. Eso le (llenar) llenó de felicidad e inmediatamente (estallar) estalló en risotadas . Sin embargo, cuando (pasar) pasaron junto a él, ellos no (notar) notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho (alcanzar) alcanzó a escuchar que (comentar) comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que (parecer) parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no (tener) tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que (parecerse) se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Tomado de: Mario Benedetti, La muerte y otras sorpresas, Décimosexta edición, Siglo Ventiuno Editores, México, 1981.


La huida
Manuel Vicent

En un Porsche blanco, el muchacho (recoger) recogió a una chica en auto-stop a la salida de la ciudad en dirección al Sur. Ella no (llevar) llevaba equipaje y (ser) era muy pálida, dotada de una belleza desesperada. Él ni siquiera le (preguntar) preguntó el nombre. La (invitar) invitó a que se sentara a su lado y sólo (querer) quiso dejarla admirada con la velocidad. Durante la primera parte del viaje ninguno de los dos (hablar) habló. El Porsche (rugir) rugió de forma diabólica, la chica (sonreír) sonrió y el joven (mantener) mantuvo la mandíbula totalmente crispada. Mientras el Porsche (volar) volaba por la pista, aquella mujer casi transparente, rompiendo de repente el silencio, (comenzar) comenzó a contar esta historia al conductor.
En cierta ocasión, uno de los criados del emperador de Persia (ver) vió a la muerte en el jardín y, preso de pánico, (dirigirse) se dirigió a su amo con una humilde súplica:
- Señor, préstame tu caballo más veloz. Acabo de encontrarme con la muerte y me ha hecho un gesto de amenaza. Quiero huir a Ispahán.
El emperador le (regalar) regalo un caballo y el criado (emprender) emprendio una furiosa cabalgada sobre el blanco corcel a Ispahán, del mismo modo que ahora este Porsche a 250 por hora camino del mediodía. Poco después (ser) es el propio emperador quien (tropezarse) se tropezó  con la muerte en el jardín de palacio y, enfrentado a ella con orgullo le (preguntar) preguntó:
- ¿Por qué has hecho un gesto de amenaza a mi criado preferido?
- No ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro al verlo aquí, puesto que yo estaba citada con él esta noche en Ispahán.
Al terminar el relato, la chica (enmudecer) enmudeció sin dejar de sonreír y esto (enardecer) anardeció al muchacho, el cual (apretar) apretaba más el acelerador en busca de su amante en la mar. El Mediterráneo (estar) estaba allí enfrente y ya había convertido el parabrisas en un espejo azul en donde (reflejarse) se reflejaba el rostro de una muchacha similar al de la mujer pálida que (llevar) llevaba junto a él. Entonces (producirse) se produjo el accidente mortal. Pero las crónicas únicamente (hablar) hablaban de un joven que se había matado cuando (viajar) viajaba  solo en un Porsche blanco.
Fue como una aparición.
Ella (estar) estaba sentada, en medio del banco, sola [...] Al pasar él, ella (levantar) levantó la cabeza; él (encoger) encogió involuntariamente los hombros y, cuando (alejarse) se alejó, se volvió para mirarla. (Llevar) llevaba un gran sombrero de paja, con cintas rosa que (agitarse) se agitaban al viento tras ella. Sus negros cabellos, partidos en dos sobre la frente, (rodear) rodeaban la punta de sus grandes cejas y (descender) descendían ciñendo amorosamente el óvalo de su rostro. Su vestido de muselina clara, salpicada de lunares, se (desparramarse) desparramaba en numerosos pliegues. (Estar) estaba bordando algo; y su recta nariz, su mentón, toda su persona (recortarse) se recortó en el aire azul de fondo. (Gustave Flaubert, La educación sentimental)

Una vez (estar) estaban tres hipopótamos en el río, muy aburridos. En esto (venir) vino un hombre y (querer) quiso hacer una foto a las hipopótamos. Los tres le (ver) habían visto porque tenía la máquina de fotos ante los ojos. El hombre (hacer) hizo la fotografía..., pero allí no se vio ni un hipopótamo. (Sumergirse) Se habían sumergido, y el hombre solo (fotografiar) había fotografiado el agua. El hombre (ponerse) se puso a esperar. Por fin, los hipopótamos (salir) salieron de nuevo, aunque todavía (estar) estaban bastante metidos en el río. El hombre (echar) echó a correr hacia ellos. Los hipopótamos, sumergidos en el agua, abanicándose con las orejas, vieron cómo (correr) corría el hombre. Este (volver) volvió a hacer la fotografía..., pero no se volvió a ver ningún hipopótamo. El hombre (volver) había vuelto a fotografiar el agua. Entonces (sentarse) se sentó en una piedra y (ponerse) se puso a esperar. Por fin, volvieron a salir los hipopótamos. Y esta vez (salir) salieron mucho. El hombre inmediatamente (salir) salió corriendo. Los hipopótamos (volver) volvieron a sumergirse y, guiñando los ojos, vieron cómo el hombre (sudar) sudaba la gota gorda. Entonces el hombre volvió a hacer la fotografía..., pero no se volvió a ver ningún hipopótamo. Solo (fotografiar) había fotografiado el agua. Y así una vez y otra vez. Los hipopótamos dejaron que el hombre corriese y corriese, y así es que cuando (llegar) llegó la tarde él (fotografiar) había fotografiado veinte veces el agua. Y los hipopótamos se pusieron muy contentos, porque (pasar) habían pasado el dia entero sin aburrirse.
Úrsula Wölfel, Veintiocho historias de risa.

Una mujer tenía la intención de escribir un gran libro. Se compró (Comprarse) un montón de papel, cincuenta lápices nuevos y un buen sacapuntas. A partir de hoy su marido y sus hijos solo hablarían bajo y andarían de puntillas, pues la mujer (querer) quería empezar enseguida a escribir el libro.
(Preparar) Preparó el papel y (afilar) afiló el lápiz. Mientras tanto (pensar) pensaba en la primera frase.
(Afilar) Afiló otro lápiz y siguió pensando la primera frase.
La mujer afiló hasta el final los cincuenta lápices y otros siete mil quinientos doce. No (tardar) tardó ni tres semanas. Todavía no (escribir) había escrito la primera frase, pero ya (ser) era  campeona del mundo en afilar lápices. (Salir) Salió en el periódico.
Úrsula Wölfel, Veintinueve historias disparatadas.

La historia del señor que siempre estaba pensando en otra cosa

Cierta vez un señor (querer) quería lavar la ropa, guisar patatas y limpiar la cocina. Pero como (estar) estaba pensando en otra cosa, (poner) puso el cubo con la fregona en el fogón y (echar) echó las patatas en la lavadora y (verter) vertió el jabón en polvo en el suelo. Luego, en seguida, se dio cuenta de que lo (hacer) había hecho todo al revés. Inmediatamente (quitar) quitó el cubo del fogón y las patatas de la lavadora y (barrer) barrió el jabón en polvo. Entonces (querer) quiso volver a hacerlo todo bien. ¡Pero (volver) volvió a pensar en otra cosa! (Poner) Puso la fregona en la lavadora, (echar) echó el detergente en la cacerola, y las patatas en el cubo de fregar. Cuando (empezar) empezó a limpiar, se le (caer) cayeron rodando las patatas y, cuando (estar) estaba recogiéndalas, se dio cuenta de que el agua con el detergente (empezar) había empezado a hervir de tal modo en la cacerola, que toda la cocina se (estar) estaba llenado de espuma jabonosa.
La señora (echarse) se echó a reír y (gritar) gritó: "¡Ahora, por lo menos, la cocina estará limpia!"
Y entonces (hacer) hizo todo a derechas.

Úrsula Wölfel, Veintiocho historias de risa. (Texto adaptado.)

Actividad 9


HABALABA Y HABLABA, de Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y (hablar) hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada no (hacer) hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y (empezar) empezaba a hablar.(Hablar) Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le (dar) daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le (meter) metí la toalla en la boca para que se callara. No (morir) murió de eso, sino de no hablar: se le (reventar) reventaron las palabras por dentro.


YA NO QUIERO A MI HERMANO, de Fernando Iwasaki

«CARLITOS ESTÁ AQUÍ», dijo la médium con su voz de drácula, y de pronto (transformarse) se transformó y puso cara de buena. Entonces mamá le (hacer) hizo muchas preguntas y el espíritu respondía a través de la señora. Seguro que era Carlitos porque sabía dónde estaba el robot y cuántas monedas (haber) había en su alcancía, dijo cuál (ser) era su postre favorito y también los nombres de sus amigos.
Cuando la médium nos miró haciendo las muecas de Carlitos papá (empezar) empezó a llorar y mamá le pidió por favor, por favor que no se fuera. Las luces (apagarse) se apagaban y encendían, los cuadros (carse) se caían de las paredes y los vasos (temblar) temblaban sobre la mesa. Me acuerdo que la señora (desmayarse) se desmayó y que una luz (atravesar) atravesó a mamá como en las películas. «Carlitos está aquí», dijo con cara de felicidad.
Desde entonces hemos vuelto a compartir el cuarto y los juguetes, el ordenador y la Play-Station, pero la bicicleta no. Mamá quiere que sea bueno con Carlitos aunque me dé miedo. No me gusta su voz de drácula. Y además huele a vieja.


EL MONSTRUO DE LA LAGUNA VERDE, de Fernando Iwasaki

COMENZÓ CON UN grano. Me lo reventé, pero al otro día (tener) tenía tres. Como no soporto los granos me los (reventar) reventé también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara (ser) era una cordillera de granos, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me (dejar) dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me (doler) dolían al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que (sentir) sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos (reventarse) se reventaban los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me (mirar) miré al espejo por última vez y (dejar) dejé sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me (perder) perdí en la laguna. 

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